LITERATURA
COMPARADA: DEFINICIONES Y ALCANCES
Grupo
de investigación “Estudios latinoamericanos de literatura comparada”: Yenny
Ariz, Clicie Nunes, Clara Parra, y Cecilia Rubio
1. Hacia una definición de la literatura comparada
Como plantea el comparatista Jorge
Dubatti (2008: 56), la definición de literatura comparada propuesta por la Asociación
internacional de literatura comparada (AILC) es la más clara y la que alcanza
mayor consenso. Esta definición es la siguiente: “La literatura comparada es el
estudio de la historia literaria, de la teoría literaria y de la explicación de
textos desde un punto de vista internacional o supranacional.” Y agrega
Dubatti: “Es decir que le competen los fenómenos de producción, circulación y
recepción que exceden y/o interrelacionan los marcos de las literaturas
nacionales”.
Esta definición presenta de entrada
algunos términos que han sido y son objeto de discusión para los comparatistas.
En primer lugar, la diferencia conceptual entre punto de vista supranacional y
punto de vista internacional. El mismo Dubatti aclara que lo supranacional constituye
una superación de lo nacional; es el
caso de fenómenos como la literatura y las artes, y sus estructuras generales,
como el género literario y el tema de una obra. Por su parte, lo internacional
supone lo nacional, toda vez que se refiere a la relación entre literaturas
nacionales, como es el caso del estudio comparado de obras de la literatura
chilena y francesa, por ejemplo. En palabras de Dubatti, “La comparatística estudia
la literatura desde un punto de vista supranacional cuando focaliza problemas
que trascienden o exceden el concepto de lo nacional. [...]. En cambio, la
literatura comparada asume un punto de vista internacional cuando estudia las
relaciones e intercambios entre dos o más literaturas nacionales” (2008: 57).
Un tercer término en discusión corresponde al no por discutido menos
omnipresente concepto de literatura nacional. Las particularidades de esta
discusión se irán percibiendo en otros momentos de este trabajo.
Proponemos ahora una definición de literatura
comparada que recoge aspectos comúnmente señalados en los trabajos teóricos. Tradicionalmente
se ha definido la literatura comparada como una subdisciplina de los estudios
literarios que consiste en el estudio comparativo de obras literarias
pertenecientes a diferentes literaturas nacionales, preferentemente en
distintas lenguas. El trabajo comparativo se realiza sobre la base del
descubrimiento de las estructuras supranacionales que se presentan en diversas
obras, como los géneros o aspectos temático-constructivos y fenómenos de
intertextualidad, o internacionales, como aspectos lingüístico-culturales, y de
imágenes de lo nacional y lo extranjero, entre las más relevantes.
Pese a que los orígenes de la literatura comparada se
encuentran en el concepto de Weltliteratur
(literatura mundial) propuesto por Goethe en 1827, los comienzos de su
institucionalización académica se registran sólo a fines del siglo XIX y
principios del XX. En estos orígenes gravitan hechos históricos de Europa,
entre los que se cuentan el nacimiento de los estados-naciones y, por
consiguiente, de las literaturas nacionales –hacia 1830-1840- y el imperialismo
napoleónico, hechos que van delimitando el curso y el alcance de la historia de
la literatura comparada, de modo que puede decirse que por origen y definición
la literatura comparada ha sido modulada por la historia geopolítica de Europa,
y el desarrollo de los nacionalismos y antinacionalismos.
Según sostiene Armando Gnisci (2002: 15), la literatura comparada nace en Europa “como una
ciencia gregaria de molde histórico-positivista, sometida al estudio
eurocéntrico de las literaturas nacionales”, pero posteriormente evolucionó
hasta ser “una disciplina verdaderamente general, crítica y mundialista”.
La historia de la literatura comparada ha estado
sujeta tanto a las crisis de su propia indefinición epistemológica, por
ejemplo, su confusión con el estudio de fuentes e influencias, como a los cambios producidos en la historia
de los estudios literarios en general.
Según Antonio Martí (2005: 367), René Wellek, uno de
los principales críticos del estado de la literatura comparada a fines de los
años cincuenta, propone en 1968 la que sería su mejor defensa, de acuerdo al
espíritu que la anima, al definir la
literatura comparada como
el estudio de la literatura
independientemente de las fronteras lingüísticas, étnicas o políticas. No se
puede confinar a un solo método; la descripción, caracterización,
interpretación, narración, explicación, evaluación son utilizadas en el
comparatismo tanto como las comparaciones. Ni la comparación puede ser reducida
a contactos factuales históricos.
Esta definición vino a
reforzar la que había propuesto otro comparatista crítico del rumbo que hasta
entonces había tomado la disciplina, Henry Remak, quien en 1961, había
señalado:
La literatura comparada es el estudio de las literaturas más allá de las
fronteras de un país particular y el estudio de las relaciones entre literatura
y otras áreas de conocimiento o de opinión, como las artes (i.e., pintura, escultura, arquitectura,
música), la filosofía, la historia, las ciencias sociales (i.e., política, economía, sociología), las ciencias naturales, la
religión, etc. En resumen, es la comparación de una literatura con otra u otras
y la comparación de la literatura con otros ámbitos de la expresión humana.
(cit. por Martí, 2005: 368)
Pierre Brunel (1994: 7) en la Introducción a su Compendio
de literatura comparada plantea que esta disciplina se basa en el “hecho
comparatista”, el que ha de ser entendido como la “relación” o “relaciones
concretas entre obras vivas”. En su ensayo “El hecho comparatista”, Brunel (1994:
21) aclara: “Los estudios literarios versan en primer lugar sobre textos. Ahora
bien, un texto no siempre es puro. Acarrea elementos extranjeros. Esta
presencia constituye el hecho comparatista”.
En la misma línea, Jean Louis Backès (1994: 52) señala
en su trabajo sobre “Poética comparada” que una de las premisas del ejercicio
comparado es “hacer que surjan las diferencias entre las literaturas nacionales
y criticar cualquier tentativa de síntesis que pasara estas diferencias por
alto […]. La literatura comparada todavía puede prestar apreciables servicios
contra el furor de generalización que anima a algunos especialistas; el
comparatista sabe de entrada que su objeto no es homogéneo y que los
universales no son inmediatos.”
Entre los aportes que la literatura comparada ha
recibido del desarrollo de los estudios literarios, deben considerarse las
propuestas sobre la “muerte del autor” de Roland Barthes a fines de los
sesenta; los conceptos de “recepción productiva”, de Hans Robert Jauss, el de
dialogismo de Mijail Bajtín, ambos en los años setenta; y el de
intertextualidad, propuesto por Kristeva en 1967, todos los cuales han sido
fundamentales para conformar el devenir de la literatura comparada hacia una
forma de crítica literaria acorde con las nuevas concepciones sobre el autor,
la obra, el lector y el trabajo crítico. Especialmente, el concepto bakhtiniano
de exotopía o extraposición, planteado para comprender la relación dialógica
entre lo uno y “lo otro”, ha beneficiado a la literatura comparada en la medida
en que le ha permitido proyectarse hacia el futuro recuperando el sueño goethiano
de la Weltliteratur , que está
en sus orígenes y del que aún se reclama deudor.
En una perspectiva más actual, Armando Gnisci (2002: 18) sostiene que la literatura
comparada es una “Disciplina que concibe y trata la literatura / las
literaturas como fenómenos culturales mundiales”, y debe entenderse entonces,
como “intercultural y mundialista”. Gnisci (2002: 19) estima que la literatura
comparada es una poética que produce “lugares comunes”, en el sentido
glissantiano de la expresión, es decir, entendido el “lugar común” como un
pensamiento del mundo que se encuentra con otro pensamiento del mundo. (cf.
Glissant, 1996)
Hasta los años setenta del siglo XX la literatura
comparada osciló entre las investigaciones de las relaciones entre literaturas
nacionales y los estudios de acuerdo a categorías supranacionales, como
tipologías genéricas, temáticas, formales, y horizontes de recepción entre
varias literaturas. En Norteamérica, estas investigaciones se ampliaron a las
relaciones entre la literatura y las demás artes u otras formas de la cultura,
así como al estudio intercultural. (cf. Gnisci, 2002: 15-16)
A lo largo de su historia, la literatura comparada se
ha nutrido de las discusiones ético-políticas surgidas en el desarrollo de las
disciplinas sociales y humanistas con las que los estudios literarios se
relacionan. El momento actual no es la excepción, dado que en la actualidad la
literatura comparada dialoga críticamente con los estudios poscoloniales, el
multiculturalismo y los estudios de género, desde su propia perspectiva
mundialista[1].
2. Líneas de la literatura comparada
Sobre esta base teórica común, la literatura comparada
desarrolla diversas líneas de investigación que podemos agrupar según respondan
a dos grandes orientaciones. Una primera orientación se refiere a las
investigaciones cuyo objeto lo constituyen problemas teóricos e históricos. Se
distinguen aquí los trabajos de genología comparada, de historia comparada de
la literatura y de estética comparada. Podemos mencionar, por ejemplo, que la
estética comparada concierne al estudio comparado de la literatura con otras
disciplinas artísticas. Bajo este
rubro se llevan a cabo estudios en los que la literatura se convierte en un
objeto de reflexión, en la medida en que permite establecer vínculos, enlaces y
proyecciones de y hacia otras artes.
La segunda orientación es aquella donde ubicamos los
estudios analíticos de obras literarias específicas. No obstante lo dicho, los
trabajos comparatistas de esta segunda orientación suelen incluir de manera
explícita aproximaciones teóricas e históricas concernientes a los textos
literarios que son objeto de estudio, tanto como a las literaturas y culturas involucradas.
Mención especial, por su rendimiento comparatístico, merecen los estudios sobre
intertextualidad, en los que ésta se presenta tanto en su dimensión de problema
teórico como en su carácter de fenómeno verificable en su funcionamiento
textual. A continuación expondremos las líneas de la literatura comparada
correspondientes a la segunda orientación, es decir, a la que tiene como objeto
de estudio textos literarios específicos.
2.1. Imagología
La definición
fundacional de la imagología es la propuesta por Jean-Marie Carré, en 1951,
como “la recíproca interpretación de los pueblos, de los viajes y de los
espejismos. Cómo nos vemos y nos enjuiciamos recíprocamente ingleses y
franceses, franceses y alemanes, etc.” (cit. por Martí, 2005: 363)
Esta definición recibió las críticas de René Wellek en
1958, quien consideró la imagología una forma de hacer “psicología nacional”,
puesta al servicio del patriotismo y nacionalismo de cuño francés.
A partir de los aportes de Bajtín a los estudios
literarios y de la cultura, la imagología ha recibido un nuevo impulso a través
de una nueva definición, gracias a las propuestas de Daniel-Henry Pageaux y de
Hugo Dyserinck. Para Pageaux (1994: 103), la “imagen literaria” debe estudiarse
en el marco del imaginario literario y social en lo que respecta a la
representación del “otro”. Dicha representación del otro puede evidenciarse por
medio del estudio de la imagen, la que es entendida como “una toma de
conciencia de un yo con respecto a un Otro, de un aquí y de un allá [...]. La
imagen es la expresión de una separación significativa entre dos órdenes de la realidad
cultural”.
Concordantemente, y en palabras de Antonio Martí
(2005: 384), la imagología puede ser nuevamente definida como
El estudio de las imágenes, los
prejuicios, los clichés, estereotipos y, en general, de las opiniones sobre
otros pueblos y culturas que la literatura transmite, desde el convencimiento
de que estas imágenes, tal como se definen comúnmente, tienen una importancia
que excede el mero dato literario o el estudio de las ideas y de la imaginación
artística de un autor; por tanto, el objetivo actual de la imagología sería
revelar el valor ideológico y político que puedan tener ciertos aspectos de una
obra literaria en tanto que condensan las ideas que el autor comparte con su
medio social y cultural, al mismo tiempo que cuestionan la propia identidad
cultural, en una relación dialógica en que identidad y alteridad se presuponen
como algo más que un tema.
2.2. Tematología
El término tematología designa el sector de la
investigación que se ocupa del estudio comparado
de los temas y los mitos literarios, y surge como herencia de las
investigaciones sobre literatura popular comparada de Gaston Paris, filólogo y
medievalista francés de fines del siglo XIX, quien pretendió reconstruir la
génesis y la circulación de los temas en las literaturas europeas a partir de
la tradición popular. En su trabajo, se mantiene implícita la noción de un arte
que en su momento “emanó” de un alma popular colectiva.
En 1931, Paul Van Tieghem introdujo el término tematología, aunque manifestó
escepticismo sobre su valor crítico, en tanto limitaría su trabajo al fichaje
–catalogación y recopilación- de temas literarios.
A partir de los años
sesenta, se afirma una nueva tematología comparatista, en una versión
histórico-crítica y hermenéutica, con claves de lectura e hipótesis
interpretativas.
Según el estudioso
belga Raymond Trousson (cf. Trocchi, 2002), el fin de un estudio tematológico
es interpretar las variaciones y las metamorfosis de un tema literario a través
del tiempo, a la luz de sus relaciones con el contexto histórico, ideológico e
intelectual. La metodología reconstruye de forma rigurosa las ocurrencias del
tema o del mito a través de la historia literaria. Tanto Trousson como Brunel
distinguen la crítica temática -indagación sobre el tema de una obra-, de la
“tematología” -estudio comparado de las transformaciones históricas de un tema
a través de múltiples textos-, de manera que sólo la tematología sería propia
de la literatura comparada.
En los años 60, el estadounidense Harry Levin (cf.
Trocchi, 2002) intentó demostrar que lo temático se relaciona con el proceso
creativo. Para Levin, la polisemia de los temas literarios, conectada con la
historia de las ideas y el imaginario, es una de las grandes potencialidades
críticas del estudio temático.
En los años ochenta, se
valoró el entramado de relaciones entre contenidos y estructuras textuales, y
la conciencia del valor cultural de los mitos y temas literarios, de manera que
interesó la relación entre texto y referente extraliterario. En el mismo sentido,
Susan Bassnet (cf. Trocchi, 2002) señala que una vertiente crítica fundamental
de la tematología es la que se hace cargo del problema de la recepción
literaria.
Pageaux y Brune (cf. Trocchi, 2002) enfatizan la
necesidad de trabajar con un riguroso criterio culturalista, que examine los
temas (o los mitos, según sea el caso) en su propio contexto. Pageaux subraya
que todo espacio cultural específico actúa como diferenciador de los temas.
Las perspectivas metodológicas de la tematología son
múltiples. Para los estudios de mitocrítica, por ejemplo, se privilegian los
análisis de las estructuras del texto (esquema mítico), la definición de
unidades sintagmáticas del mito, los problemas de intertextualidad, las
relaciones entre mito e historia cultural, y mito y modulaciones del imaginario
de un escritor, su época y su cultura. Por su parte, para lo que Claude Cazalé (cf. Trocchi, 2002) llama
investigación temático-estructural, la metodología contempla una fase de
indagación intratextual, a la que le sigue una aproximación intertextual,
mediante la constitución de “series temáticas”, es decir, “conjuntos de “textos
reunidos a partir de un tema o motivo”, que deben analizarse contrastivamente.
La tercera fase corresponde a un análisis extratextual que sitúa las constantes
temáticas o arquetípicas dentro del sistema semiótico contemporáneo a las
mismas.
En una lectura tematológica de tipo comparado el
elemento crítico fundamental debe constituirse por las múltiples intersecciones
que la permanencia y la transformación de un tema trazan con los procesos
históricos y culturales, y con las dinámicas específicas de la historia
literaria. La identificación y la interpretación crítica de un tema dentro de
cierta clase de textos puede actuar como detector ideológico. La comparación
temática de un grupo de textos puede mostrar cómo un determinado imaginario se
modula en el tiempo, a través de ciertas formas literarias y dentro de espacios
culturales definidos, estableciendo conexiones con la historia de las mentalidades
y la sensibilidad. Dicho en palabras de Trocchi (2002: 161), la tematología actual “se coloca en un cruce estratégico de dinámicas literarias y relaciones
con el imaginario, con la historia de las ideas, de las ideologías, de la
mentalidad, de la sensibilidad”[2].
Siguiendo a
Philippe Chardin (1994: 134), se puede decir que sólo en un sentido
estrecho debe considerarse la tematología como el seguimiento de temas a través
del tiempo y en diversas literaturas, pues, a partir de los años 80 se ha
entendido como el estudio de un “conjunto indisociable forma-contenido,
materia-manera [según lo ha propuesto Manfred Beller]. La tematología así
entendida ya no quedaría tan alejada del estudio de las formas literarias en un
sentido amplio –piénsese en la noción temático-formal de literatura
‘carnavalesca’ en Bajtín, en esta especie de tema estructurante que representa
‘el deseo en triángulo’ en René Girard o en las conclusiones que extrae
Auerbach de algunas comparaciones de textos con fundamento inicialmente temático”.
En el contexto de esta apropiación renovadora de la
tematología, puede entenderse la clasificación de estudios tematológicos que se
propone a partir de los trabajos de los comparatistas franceses. Cabe hacer
notar que por abstractas y “universalistas” que puedan parecer las
formulaciones de estas sublíneas, los estudios de literatura comparada son inseparables de las
coordenadas de situacionalidad, es decir, de un punto de vista histórico y
geográfico-cultural.
1) Investigaciones sobre el imaginario. Estas
investigaciones siguen la línea abierta por Bachelard y constituyen la parte
más desarrollada de la tematología. Estos estudios ponen en relación un corpus de obras literarias
pertenecientes a distintas literaturas nacionales, con un determinado imaginario,
proveniente, por ejemplo, de la historia de las ciencias o del pensamiento
(como ocurre en los trabajos de Michel Serres). Se trata, en síntesis, de
confrontar los temas de las obras literarias con materiales proporcionados por
los mitos, las religiones, las tradiciones o el saber de una época.
2) Estudios centrados en alguno de los “universales
temáticos”. Se entienden como “universales temáticos” aquellos temas cuyo grado
de generalidad (“universalidad”) está dado por su recurrencia en obras de
épocas y países muy diferentes, como es el caso de los temas de la guerra, el
amor, la ciudad, el mar. Estos estudios ponen en relación un corpus de obras literarias
pertenecientes a distintas literaturas nacionales, que desarrollan un mismo
“universal” temático.
3) Estudios de “tipología”. Estos estudios comprenden
lo que tradicionalmente se ha llamado “tipos” literarios, como los tipos
profesionales, sicológicos, sociales, etc. Consiste en el estudio de las
tipologías de personajes, entendidas como representaciones sociales asociadas a
juicios de valor, en obras de distintas épocas y literaturas nacionales.
4) Trabajos articulados en torno a un concepto clave
“inventado” por la crítica. Estos estudios superan la uniformidad temática, ya
que no están centrados en los temas de las obras literarias, sino en la
relación entre éstas de acuerdo a una articulación conceptual. Las obras en
estudio suelen tener en común problemáticas que se desarrollan en diversos
temas. Estudios sobre literatura y desterritorialización, poesía de la
diáspora, literatura del carnaval, son algunos ejemplos de este tipo de
trabajos. Según la presentación de Chardin (1994: 140-141)
Los problemas relativos a la construcción de conjunto
son particularmente agudos cuando se opta por demostrar la existencia de
analogías fundamentales entre algunos autores o entre algunas obras, ya no en
el marco prefabricado de algún universal temático o tipológico, sino desde el
ángulo de algún concepto clave que habrá que rastrear en sus diferentes encarnaciones
y cuya pertinencia para el estudio del corpus
elegido es precisamente lo que se tendrá que demostrar[3].
2.3. Estudio comparado de disciplinas artísticas
La literatura comparada estudia las relaciones entre
las artes de forma muy concreta, analizando las modalidades por las cuales las
artes interactúan entre sí. No consiste en construir teorías a partir de
experiencias artísticas ni en explicar estas últimas a partir de las teorías
construidas, más bien se trata de analizar los vínculos entre las artes a
partir de lo que Emilia Pantini denomina “literariedad” (2002: 218), no en su
acepción formalista o estructuralista, sino entendida como “el papel de
mediador general de la comunicación – entre las artes en este caso – que la
lengua y la literatura terminan siempre por desempeñar”. (2002: 218-219)
Estudiar la relación
entre la literatura y las demás artes significa estudiar al mismo tiempo los “modos” en que la relación se
crea, y los “hechos” que la
determinan y que, a su vez, son determinados por ésta.
Algunos denominadores comunes de las artes, que
permiten su comparación, son las poéticas, los procedimientos constructivos y
las categorías históricas. A modo de ejemplos de la relación entre la
literatura y las otras artes, se consignan los siguientes: las artes
figurativas o la música pueden ser el objeto de la literatura, la
literatura puede traducir otras artes (hablar de ellas) de manera diversa, a su
vez, la literatura puede ser objeto de otras artes. Artes distintas
pueden ser manifestaciones de poéticas similares, e incluso idénticas, como en
el caso de las vanguardias. Un arte puede intentar imitar los procedimientos
constructivos de otro. Pueden manifestarse procedimientos constructivos
análogos, sin que un arte se haya propuesto imitar a otro. Un último ámbito de
estudio es la teoría de las artes, en el sentido de un seguimiento diacrónico
de la consolidación de éstas y de sus relaciones[4].
El traslado de diversos conceptos de la crítica del
arte al campo de la literatura ha permitido establecer análisis que delatan la
presencia del pensamiento estético de las artes musicales y escénicas en la
literatura y viceversa. El artículo de Jean-Michel Gliksohn (1994) describe las
diversas posibilidades de acercamiento de estas formas de experiencia estética,
desde los acercamientos teóricos de las teorías del arte, las estéticas
históricas, la estilística, la semiología, las escuelas y tendencias de estilos
artísticos, las transposiciones y las correspondencias. Los dos últimos- las
transposiciones y las correspondencias- se han consolidado como las formas más
comunes para la realización de estudios comparados entre las diferentes
disciplinas artísticas, debido a que su presencia puede describirse desde la
tematología o desde las relaciones que los escritores, incorporando su
formación literaria, establecen con otras artes. Así, como sostienen Wellek y
Warren, las artes se influencian unas a otras estableciendo “un esquema
complejo de relaciones dialécticas que funcionan en ambos sentidos, de un arte
al otro y viceversa, y que pueden sufrir una total transformación dentro del
arte en el que han penetrado. No se trata sólo de un ‘espíritu de época’ que
determina e impregna cada arte y todas las artes”. (cit. por Gliksohn, 1994:
226)
3.
Bibliografía comentada
3.1. Brunel,
Pierre e Yves Chevrel. 1994. Compendio de literatura comparada. Trad. de Isabel Vericat. Ciudad
de México: Siglo Veintiuno Editores, 415 págs.
[Primera edición, 1989. Título original: Précis de littérature comparée.]
Este volumen recoge una serie de trabajos que apuntan
a trazar las diferentes vertientes existentes en los estudios de la literatura
comparada. Los trabajos permiten apreciar la diversidad y apertura que el
comparatismo alberga como forma de comprender y explicar las obras literarias.
A continuación, se comentarán tres de estos trabajos.
1. En la “Introducción”, Pierre Brunel presenta, a
manera de debate, los ejes que han orientado las polémicas alrededor del
comparatismo en literatura. Su propuesta, conducente a aclarar las tareas y el
carácter del comparatismo, postula como el mayor eje problemático las síntesis
de “literatura general” y “literatura universal”. Su noción de literatura
comparada tiene como centro el “hecho comparatista”, el que entiende como “las
relaciones concretas entre obras vivas” (p. 7).
2. En su ensayo “El hecho comparatista”, Brunel
postula que los textos literarios no son “puros”, es decir que albergan
elementos “otros” o “extranjeros”. El
“hecho comparatista” contribuiría a la comprensión de dichos elementos en el
tejido textual.
Los elementos
“otros” pueden ser estudiados según tres leyes generales: la de emersión, la de
flexibilidad y la de irradiación. Básicamente, estas tres leyes señalan la
presencia latente de elementos “extranjeros” dentro de los textos literarios,
que se hacen visibles a los ojos del comparatista, convirtiéndose en objeto de
su estudio.
La ley de emersión consiste en la presencia de
elementos “extranjeros”, que pueden ser palabras (como la presencia de vocablos
de la lengua inglesa en Iluminations de
Rimbaud), presencias artísticas o literarias en textos no artísticos (como la
de los poetas en Heidegger) o elementos mitológicos (como la mitología de la Grecia antigua en obras de
otras épocas). Todos estos elementos constituyen, de alguna manera, rastros de
presencias otras, los cuales están llamados a eliminar el aislacionismo del
estudio del texto en sí y a ponerlo en diálogo con otros: “Nos ha parecido que
la aparición de palabras extranjeras o de préstamos tomados de otras
literaturas se podía asociar a la de elementos mitológicos procedentes más que
nada de las literaturas antiguas. […] El estudio interno de estos elementos
podría servir de base para una crítica comparatista”. (p. 49)
La ley de flexibilidad, por su parte, combate los
excesos de cientificismo y mecanicismo de la escuela francesa, criticados
básicamente por René Wellek. Esta ley tiene presente que el “elemento extranjero no
se introduce en el texto sin modificaciones” (p. 27), es decir que sufre
deformaciones y transposiciones, lo que contribuye a la ambigüedad literaria.
La tercera ley,
de irradiación, se explica a partir de un uso metafórico de la palabra
“irradiación”: “El elemento extranjero en el texto puede ser considerado un
punto de irradiación que se presenta como específico. Nos parece que esta
irradiación puede ser evidente, pero seguir siendo también secreta” (p. 42).
Ésta se puede dar a manera de “sol resplandeciente” (como en el caso de los
epígrafes), “de sol negro” (como en el caso de las presencias implícitas por el
resplandor de la memoria) o como irradiación destructora (en el caso de los mitos que brillan con
resplandor ridículo).
3. El ensayo titulado “Poética comparada”, escrito por
Jean Louis Backés, debate la noción de “poética” en el sentido clásico de
generalización. Para el autor, dicha poética es dogmática, pues pasa por alto
las particularidades nacionales, aplicando criterios normativos que dicen cómo
deberían ser las escrituras.
Su reflexión se orienta hacia tres aspectos fundamentales,
la métrica general, la retórica y la teoría de los géneros, aunque también
repasa los problemas generales de los estudios lingüísticos sobre las obras literarias.
La tarea del
comparatismo en estos tres casos se encamina hacia los terrenos del contraste
entre “corpus variados y heterogéneos” (p. 57). En el caso de la métrica, ella
se transmite dadas ciertas condiciones de receptividad de las comunidades
culturales: “[…] el conjunto de lo que se denomina los fenómenos formales no
depende de manera inmediata y necesaria de la estructura de las lenguas ni de
corrientes de ideas. Toda relación entre fenómenos de estos diferentes niveles
ha de ser objeto de una interpretación. Si se la considera natural, se impide
pensar el movimiento histórico de la literatura” (p. 60).
Respecto de la composición retórica, Backés insiste en
el carácter significativo que poseen los modelos de estilo para el ejercicio
comparatista. Éstos, al ser cotejados con otros de la misma época, es decir, al
ser puestos en un conjunto múltiple, dejarán constatar que en la disposición
misma de las obras se advierte su carácter heterogéneo.
Finalmente,
respecto de la teoría de los géneros, el autor señala varias deficiencias en
cuanto a su aspecto doctrinario y eminentemente normativo, al indicar qué es
una novela, un cuento o una comedia, y qué no lo es. Backés recuerda que, ante
todo, “la historia de los géneros literarios es también y en primer lugar la
historia de las luchas ideológicas en torno a definiciones siempre cambiantes,
luchas llevadas a cabo con base en asimilaciones discutibles y distinciones
aventuradas” (p. 68). Una tarea necesaria para comprender el funcionamiento de
un género específico “es el estudio de la recepción de los grandes autores y su
constitución como mitos” (id.), lo
cual llevaría a considerar históricamente la configuración y definición de las
formas y desechar esa “pedagogía del reconocimiento puro y simple” (p. 69) de los géneros como modelos.
3.2. Gnisci, Armando (comp.). 2002.
Introducción a la literatura comparada. Traducción y
adaptación bibliográfica de
Luigi Giuliani. Barcelona: Editorial Crítica, 534 págs.
[Primera edición, 1999. Título original: Introduzione
alla letteratura comparata.]
Armando Gnisci compila en este volumen once artículos
sobre la teoría de la literatura comparada, que
incluyen, además, su historia y evolución como disciplina.
En el prólogo,
titulado “La literatura comparada”, Gnisci esboza elementos de una definición
de la misma. La presenta como “Una Poética grande y plural” (p. 14), en tanto
la concibe como una “disciplina de experiencias” (p. 13), nacida de la
convivencia e interacción permanente entre académicos y estudiantes dedicados a
su estudio; de vidas que se entremezclan, nutren y separan, de lo cual resulta
un discurso múltiple y plural. Gnisci explicita su intención de distanciar a la
literatura comparada de la calificación de ciencia, y, en sus propias palabras,
“de caja de herramientas metodológicas” (p. 14) susceptibles de utilizar a fin
de acercarse a un texto literario. Subyace a esta perspectiva del autor la
voluntad de presentar a la comparada como un discurso en formación, pero al
mismo tiempo, profundamente vivo, y contingente con nuestra época.
Los primeros trabajos, “La historia comparada de la
literatura” de Franca Sinopoli y “Antigüedades europeas” de Francesco Stella,
se concentran en evidenciar los primeros objetos de estudio de esta disciplina.
Queremos destacar el artículo de Sinopoli, que nos entrega información amplia y
valiosa sobre el campo de estudio de la comparada.
La autora plantea
la utilización del comparatismo para el estudio y la elaboración de una
historia de la literatura. La historia comparada de la literatura se entiende,
en sus propios términos, como “una historia literaria que tiene como objeto de
estudio y de escritura la red de interacciones entre distintas literaturas” (p.
23)
Para Sinopoli, la literatura comparada europea ha
constituido un aporte práctico, crítico y teórico hacia la historia literaria,
pues desde la segunda mitad del siglo XIX hasta nuestros días, la investigación
histórico-literaria comparada trabaja preferentemente la teoría de los géneros
literarios, junto con los temas y los mitos. Plantea, además, la posibilidad de
reescribir las historias literarias nacionales desde una perspectiva comparada.
Los siguientes artículos se ocupan de reflexionar,
delimitar y analizar algunas líneas de investigación y temas predilectos del
comparatismo.
El artículo de Anna Trocchi, “Temas y mitos literarios”,
aborda la tematología, línea que ya hemos descrito en páginas anteriores.
Luego, Franca Sinopoli, en “Los géneros literarios”, emprende la tarea de
describir la evolución del concepto de género desde Aristóteles hasta Derrida,
y las aportaciones de la literatura comparada a su estudio.
El comparatismo del siglo XX se ha ocupado del
estudio de los géneros desde el análisis de las constantes o invariantes
literarias. Para Sinopoli, una de las contribuciones de la literatura comparada
al estudio de los géneros consiste en que este análisis de las invariantes ha
desembocado en una poética comparada. Ésta
emplea tanto la investigación histórica como la reflexión crítica, rehuyendo en
lo posible toda forma de dogmatismo, gracias a una aproximación en gran medida
inductiva. La poética comparada no coincide con la poetología, que es el
estudio de un corpus muy limitado de textos – o también de un único
texto- en relación con su autor o con otros “modos de poéticas” (Dolezel). La
poética comparada estudia más bien un “intertexto” (Chevrel), es decir la
relación motivada entre cierto número de textos, o sea “El conjunto de los
textos a los que remite un texto determinado”, intertexto que luego puede
permitirnos interpretar más provechosamente también una sola obra. Otro aspecto
fundamental de la poética comparada es que centra su atención no tanto en la
relación entre el autor y el texto, sino entre este último y los lectores, y
entre los textos y sus problemas de transmisión.
No habrá más artes poeticae, es decir, textos clasificatorios
de los géneros literarios, sino múltiples puntos de observación y métodos de
análisis del género que van desde la historia de los géneros a la sociología,
al estudio estructural, pragmático, lógico y comparatista.
Los últimos
trabajos del libro se enumeran a continuación. Emilia Pantini, en “La
literatura y las demás artes”, examina el estudio comparado de disciplinas
artísticas, materia ya abordada. Domenico Nucera estudia uno de los temas
preferidos por los estudios comparatistas: “Los viajes y la literatura”. Lo
propio realiza Marina Guglielmi con “La traducción literaria”, otro foco de
interés de la literatura comparada. Nora Moll, Francesca Neri y Elena Gajeri
trabajan en los vínculos entre el comparatismo y los estudios interculturales,
poscoloniales y de género, respectivamente. Finaliza el volumen el artículo
“Las herramientas del comparatista”, de Franca Sinopoli, que presenta una
completa bibliografía comentada, que integra
manuales, revistas, artículos especializados y recursos en red.
3.3. Villanueva,
Darío. 1994. “Literatura comparada y teoría de la literatura”, en Villanueva,
Darío (coord.). Curso de teoría de la
literatura. Madrid: Taurus, pp. 99-127.
A partir del
ensayo de Thomas Stearns Eliot, “Tradition and Individual Talent, de 1920 (en The Sacred Wood. Essays
on Poetry and Criticism.
Londres, Methuen & Co. Ltda., 1972), Darío Villanueva establece los
parámetros para perfilar “el valor y el sentido de la literatura comparada” (p.
99). En su ensayo, Eliot rompe con la visión romántica de que la originalidad
se encuentra lejos de la tradición, pero plantea también que aunque la
originalidad esté enmarcada por las fuerzas tradicionales, lo nuevo aporta nuevas perspectivas, al
mismo tiempo que se incorpora a un sistema de simultaneidades (id.). Los argumentos de Eliot se basan
en la existencia de un orden ideal que se constituye a partir del conjunto de
obras ya producidas, un organon, y
cuya modificación parcial ocurre a través de la introducción de un nuevo texto
literario de valor: “es absurdo considerar que la literatura escrita en una
lengua y en un país se nutre exclusivamente de sí misma, pues desde los
clásicos grecolatinos hasta los escritores contemporáneos de otras lenguas y
nacionalidades todos han estado contribuyendo a cada creación singular, que
será medida y valorada fundamentalmente a través de la comparación” (id.).
El
acercamiento a la “expresión del sentido genuino de cada pueblo, que los
románticos alemanes fueron los primeros en subrayar” (p. 100), ha sido restituido
por la literatura comparada desde los universales literarios, recuperando el
sentido del comparatismo. Sin embargo, la literatura comparada lo restituye a
través de una vía distinta, no más desde los “universales literarios”, sino
desde los “particulares literarios”, especialmente desde fines de la Primera Guerra
Mundial, cuando los estudios comparatísticos proliferan, tanto en el ámbito
académico como en las diversas asociaciones dedicadas a la literatura general y
comparada. Disciplina ligada a la pluralidad y a los nacionalismos, la
comparada es sensible a la interferencia de los hechos políticos y sociales en
el mundo. Sin embargo, Villanueva considera que la tendencia actual de los
estudios multiculturales aplicados a la literatura o al comparatismo puede
fortalecer la imposición de otros cánones: “en algunas universidades
norteamericanas en las que, por ejemplo, la presión de determinadas minorías
está influyendo en la propia estructuración política de los claustros, se está
abogando incluso por la erradicación casi absoluta de las literaturas europeas
y, por ende, de la literatura comparada” (p. 103). Para contrarrestar este
hecho, está la posición misma que la literatura comparada asume, cuando trata
de manifestaciones que exceden más de una lengua, una comunidad, y una época.
Los temas y los corpus de las
ponencias publicadas en congresos internacionales desde comienzos del siglo XX
son de gran importancia y constituyen un debate propicio para perfilar la
disciplina, a partir de sus aspectos temáticos, planteamientos metodológicos, determinación
del campo de estudio, terminología literaria, nacionalismo y cosmopolitismo
literario, relaciones entre literaturas de oriente y occidente, además de
publicaciones de los trabajos de eminentes estudiosos del tema (p. 105).
Se instaura un
problema, por lo tanto, con relación al sentido que debe tener la literatura
comparada, como estudio sistemático de conjuntos supranacionales,
interdisciplinario, que debe atender las diferencias y las semejanzas entre
diversas culturas y expresiones artísticas. Roland Mortier, en el IX Congreso de la Asociación Internacional
de Literatura Comparada, de 1979, plantea que el estudio de la literatura debe
traspasar las fronteras nacionales, y debe relacionarse con otras áreas del
conocimiento y creencias, como las artes, filosofía, historia, ciencias
sociales, ciencias experimentales, religión, etc. Sin embargo, Villanueva
afirma que el punto de partida para pensar la literatura comparada “no es tanto
el país o nación con el que se identifica una literatura determinada, como la
literatura misma en relación a un idioma y frente a las producidas en otros.
Existen literaturas cultivadas en territorios que pertenecen en lo político a
varias naciones o a varios estados incluso” (p. 106).
De este modo,
cuando vemos una misma ocurrencia en dos literaturas distintas, o en dos
expresiones distintas (literatura y música; literatura y artes plásticas), y
siempre que no exista un factor de intermediación o dependencia entre las dos expresiones,
“entonces siempre asomará un elemento teórico fundamental, es decir, una
variante de la literatura” (p. 113). Como consecuencia, está la vinculación de
la literatura comparada con la teoría literaria, a partir de la suposición de
que se está tratando con objetos de estudio idénticos. El sello comparatista,
según el teórico, protege y reordena los excesos inmanentitas, ahistoricistas,
que han orientado ciertas escuelas teóricas, “mientras que éstas, articuladas
en un sentido pluralista e integrador, contribuirán a paliar la endeblez de las
bases metodológicas del comparatismo” (id.).
En este ámbito, Villanueva cita las direcciones que la literatura comparada ha
seguido. Inicialmente, están los estudios de historia literaria, pero que
guardan el germen de una teoría. Más tarde, los estudios comparatistas abogan por
una doble significación: un énfasis fundamentalmente histórico y una
inclinación teórica. La primera orientación se ocupa de la relación entre obras
y autores, escuelas, géneros, tendencias, estilos, motivos, y su transmisión de
un país a otro o de una lengua a otra. La segunda orientación se refiere al
fenómeno de la poligénesis, antiguo
recurso comparativo usado para explicar el surgimiento de expresiones
literarias concomitantes, sin una clara relación de dependencia entre los
lugares de origen de estas expresiones (id.).
Los límites entre
la literatura universal y la literatura general también son preocupación del
trabajo del comparatista. Considerado un “impulso utópico”, el concepto de
“literatura mundial” ocupa lugar destacado en importantes círculos literarios,
desde la utilización del término “literatura universal” en Goethe. Sin embargo,
el concepto ha servido para acomodarla a las lenguas de civilización: alemán,
inglés, español, etc. Surge, entonces, un efecto discriminatorio que se
sobrepuso a la intención primera, tornándose por eso, una quimera hablar de la
suma de todas las literaturas nacionales. Como consecuencia, se reduce la
identificación de la “literatura universal” a los grandes clásicos, generando
el debate alrededor de la construcción del canon literario, “al que se le
achaca todo tipo de discriminaciones lingüísticas, raciales, sociales, de género
sexual, etc. (p. 108).
En su estudio,
Villanueva se refiere a la formación del comparatista como una posición de
privilegio adquirida por los estudiosos que han tenido la oportunidad de
desarrollarse bajo diversas culturas y lenguas, citando como ejemplo a George
Steiner, Louis Betz, Claudio Guillén, Luís de Camoens, Fernando Pessoa. Además,
recuerda los Estados que albergan diferentes lenguas, como es el caso de Suiza,
España, Canadá. Sin embargo, es necesario trascender las fronteras del
muilticulturalismo interno, atendiendo a la coherencia entre lengua y género, a
la reconstrucción lingüística de un idioma, como es el caso de James Joyce y
Ramón del Valle-Inclán (p. 110). Otra visión sobre la literatura comparada, sería
la de que ésta es “un sistema de ideas acompañado de una visión amplia de la
literatura, el humanismo y la propia historia” (p. 118). Por su parte, Claudio
Guillén, en su Introducción a la
literatura comparada, de 1985, señala
que el comparatista debe estar al tanto de las “tensiones entre lo local y lo
universal, entre lo particular y lo general, tendiendo lazos entre los dos
polos pero sin inclinarse nunca en exceso hacia uno de ellos en perjuicio del
otro” (id.).
La perspectiva
postmoderna de una teoría de la literatura comparada encuentra apoyo en
Fokkema, quien aboga por una interpretación y una crítica que considere la
literatura en un contexto que va más allá del “texto literario singular como
eje de la literatura”, propone estudiarla en un sistema integrado, donde se
encontrarían los determinantes de su “producción, recepción y posprocesado, con
los diferentes códigos actuantes a lo largo de todo el proceso” (id). Según Fokkema, el análisis de las
obras literarias debe considerar los métodos entendidos como “complementarios a
los tradicionales”, por ejemplo, una metodología basada en los estudios de la
sociología de la literatura y del psicoanálisis (id.). De este modo, los códigos que permiten el entendimiento entre
obra y lector, deben estar intermediados por otros códigos, otros sistemas, si
se quiere entablar un diálogo comparatista: el análisis de las condiciones de
la producción y recepción de las obras está enmarcado en el ámbito de “una
semiótica fundamentalmente pragmática y la teoría de la comunicación” (p. 119).
Según Villanueva,
el planteamiento de Fokkema trae a la luz los trabajos de diversos teóricos,
desde el Círculo de Praga hasta la “teoría del polisistema”, pasando por el
punto de vista histórico y social de la literatura, estética de la recepción,
semiótica de la cultura de Tartu, la pragmática y la teoría empírica de la
literatura (id.). De este modo, el
fundamento metodológico de una literatura comparada innovadora debe estar en
una constante verificación que considere todas las literaturas, provenientes de
diferentes culturas y lenguas. En lo que concierne a las interferencias en el
texto, Villanueva recuerda que existe una afinidad con el pensamiento de la
escuela de Constanza, o sea, en que un texto sólo se actualiza en su lectura y
recepción. Los ecos de una visión en otra generan comparatismos no sólo entre
cuerpos literarios estrictamente hablando, sino entre “sistemas literarios”.
Finalmente, puede
decirse que el aporte de la literatura comparada es la “ratificación de las
conclusiones que las otras tres ramas de la Ciencia literaria nos proporcionan. La teoría
literaria se consolida cuando sus propuestas de invariantes o leyes generales
se objetivan en literaturas de varias lenguas y de diferentes culturas y
tradiciones” (p. 124). Así también ocurre con la crítica literaria, que debe
contar con críticos “con un panorama de abertura que sólo a la literatura
comparada le puede servir” (id). De esta manera, es en la relación con otras
literaturas, de diferentes lenguas e historias, que una historia literaria es
auténtica.
Referencias bibliográfícas
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Darío (coord.). 1994. Curso de teoría de
la literatura. Madrid: Taurus Edic., pp. 99-127.
[1] Un desarrollo detallado de la
historia de la literatura comparada puede leerse en Martí, 2005: 332-406.
[2] El desarrollo
acabado de esta exposición se encuentra en Anna Trocchi, 2002. “Temas y mitos
literarios”, en Armando Gnisci (comp.). 2002. Introducción a la literatura comparada.
[3] Para comentarios y
clarificadora ejemplificación sobre trabajos en las distintas sublíneas, así
como para conocer la respuesta de los comparatistas a las críticas de que ha
sido objeto la tematología, se recomienda el artículo de Philippe Chardin,
1994. “Temática comparatista”, en Pierre Brunel e Ives Chevrel (comps.), 1994. Compendio de literatura comparada.
[4] La exposición
de esta línea de estudios puede leerse en Emilia Pantini, 2002. “La literatura
y las demás artes”, en Armando Gnisci (comp.) 2002. Introducción a la literatura comparada.
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