Juez y parte. Las travesuras de Erato. David Curbelo
Roberto Fernández Retamar ha afirmado recientemente que si bien muchos denuestan la literatura política por achacarle escasas calidades literarias, pocos hacen lo mismo con la literatura amorosa, en cuyo nombre se han cometido cuantiosos crímenes de lesa poesía. Es cierto. No obstante, me gustaría romper algunas lanzas a favor de la poesía de amor y de lo que ha significado para la historia de la lírica, amparándome, desde luego, en la obra de sus más destacados cultivadores. (...)
Roberto Fernández Retamar ha afirmado recientemente que si bien muchos denuestan la literatura política por achacarle escasas calidades literarias, pocos hacen lo mismo con la literatura amorosa, en cuyo nombre se han cometido cuantiosos crímenes de lesa poesía. Es cierto. No obstante, me gustaría romper algunas lanzas a favor de la poesía de amor y de lo que ha significado para la historia de la lírica, amparándome, desde luego, en la obra de sus más destacados cultivadores. (...)
Casi en los mismos orígenes de la lírica, encontramos al primer subversivo: Arquíloco de Paros. Sus poemas de amor por Neobule, hija de Licambes, entrañan un perfecto desafío al orden aristocrático imperante, al cual el poeta no se cansó de cuestionar poniendo en tono de solfa valores sacrosantos como la gloria, el combate, la belleza arquetípica, el galanteo gentil. Su origen popular le hizo fácil la tarea: criticar los paradigmas de la aristocracia no significaba un problema, sino una forma distinta de entender la realidad y de apreciar la utilidad de la poesía. Arquíloco asentó, además, una idea del amor que ha sido recurrente hasta nuestros días: la del sufrimiento que sobreviene con el ímpetu de una grave enfermedad.[1] De ahí que su influencia haya sido notable, ya sea para afirmarla, ya para rebatirla, en la lírica amorosa -y erótica- que le sucedió. Si a esto añadimos que el poeta eligió el yambo, un metro nacido de la tradición popular, para expresarse, y que lo empleó sin atender demasiado a leyes muy estrictas, sino más bien innovando en el ritmo cuando lo reclamaron sus necesidades expresivas, no vacilaremos en concluir que la revuelta fue absoluta y, por añadidura, concebida estéticamente, fruto de un pensamiento artístico consciente, que atrajo sobre Arquíloco la animadversión y el repudio de algunas de las firmas más notables del orden aristocrático (Heráclito, Píndaro, Critias), sin que ello condujera, al cabo, a mermar un ápice su legado a la posteridad.
Otra revoltosa notable fue la lesbia Safo, cuyos poemas más conocidos, aquellos donde canta las bondades del amor lésbico, han encantado los oídos de sus lectores de todos los tiempos. Pero la revolución no estriba únicamente en darle autenticidad literaria a una variante amorosa que luego resultaría marginada por los severos cánones del cristianismo y las formaciones sociales, sino en erigirse en una suerte de bastión ante la tormentosa vida política de la época (cognoscible en parte gracias a los poemas de Alceo, para quien sí constituyó una obcecación), frente a la que opuso la fábula de su vida amorosa, tanto la lésbica como la pasión por Faón que fuera, a la postre, la presumible causa de su suicidio, para insinuarnos un camino hacia la libertad. Su escuela de educación artística, doméstica y amatoria, donde se suponía que habría de convertirse a la adolescente en mujer y a la soltera en casada y dueña de casa,[2] me parece una respuesta coherente, y amparada por la tradición, al desorden familiar imperante en virtud de las continuas guerras y movilizaciones militares que padecía la sociedad. Loar, entonces, las bondades de esa educación sentimental (que incluía, claro, los gozos y las sombras de la pasión y del sexo), implicaba una afirmación de obvio matiz político, destinada a refrendar la postura femenina y su papel como sostenedora del hogar por vía del equilibrio, el matrimonio y la procreación. No debemos olvidar que, junto con los encendidos textos lésbicos, existen indicios de que Safo cultivara con asiduidad un tipo de epitalamio costumbrista y de inspiración popular, cuya existencia sirve de apoyo a la idea de una tendencia hacia la salvación del espíritu mediante el rescate del andamiaje familiar. Los poemas sáficos, asimismo, son expresión del lenguaje vernáculo y coloquial, sobre cuyos metros alzó incluso la invención de una estrofa, la sáfica, que es el eje formal de su poesía. Inútil sería reiterar la importancia de Safo y el peso de su influencia en el desarrollo de la poesía.
Otra revoltosa notable fue la lesbia Safo, cuyos poemas más conocidos, aquellos donde canta las bondades del amor lésbico, han encantado los oídos de sus lectores de todos los tiempos. Pero la revolución no estriba únicamente en darle autenticidad literaria a una variante amorosa que luego resultaría marginada por los severos cánones del cristianismo y las formaciones sociales, sino en erigirse en una suerte de bastión ante la tormentosa vida política de la época (cognoscible en parte gracias a los poemas de Alceo, para quien sí constituyó una obcecación), frente a la que opuso la fábula de su vida amorosa, tanto la lésbica como la pasión por Faón que fuera, a la postre, la presumible causa de su suicidio, para insinuarnos un camino hacia la libertad. Su escuela de educación artística, doméstica y amatoria, donde se suponía que habría de convertirse a la adolescente en mujer y a la soltera en casada y dueña de casa,[2] me parece una respuesta coherente, y amparada por la tradición, al desorden familiar imperante en virtud de las continuas guerras y movilizaciones militares que padecía la sociedad. Loar, entonces, las bondades de esa educación sentimental (que incluía, claro, los gozos y las sombras de la pasión y del sexo), implicaba una afirmación de obvio matiz político, destinada a refrendar la postura femenina y su papel como sostenedora del hogar por vía del equilibrio, el matrimonio y la procreación. No debemos olvidar que, junto con los encendidos textos lésbicos, existen indicios de que Safo cultivara con asiduidad un tipo de epitalamio costumbrista y de inspiración popular, cuya existencia sirve de apoyo a la idea de una tendencia hacia la salvación del espíritu mediante el rescate del andamiaje familiar. Los poemas sáficos, asimismo, son expresión del lenguaje vernáculo y coloquial, sobre cuyos metros alzó incluso la invención de una estrofa, la sáfica, que es el eje formal de su poesía. Inútil sería reiterar la importancia de Safo y el peso de su influencia en el desarrollo de la poesía.
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