9 de julio de 2008

De Aquiles a Edipo: similitudes y diferencias entre el héroe épico y el héroe trágico

Por Pablo Garrido*

“Refugio de símbolos y sublimaciones, un subconsciente de los pueblos, deseos truncados o aspiraciones hegemónicas de la moral: eso es un mito, eso es un héroe.”

José Lasso de la Vega.

I. INTRODUCCIÓN
II. DESARROLLO
II.1. ¿Qué es un héroe?
II.2. El héroe épico
II.2.1. Aquiles:
paradigma del héroe épico.
II.3. El héroe trágico
II.3.1. Edipo:
prototipo del héroe trágico.
III. CONCLUSIÓN
IV. BIBLIOGRAFÍA
V. ANEXO

I. INTRODUCCIÓN.

Según apuntó Thomas Mann, “el mito es el fundamento de la vida, el esquema inmemorial, la fórmula piadosa en que fluye la vida cuando ésta reproduce sus rasgos fuera del inconsciente.” En efecto, ante la imposibilidad de conocer su origen, su designio y, en fin, de saber por qué es, por qué existe, él y todo lo que lo circunda, el hombre –dotado de un espíritu harto menesteroso- se ha visto impelido, desde los prolegómenos de la civilización, a recurrir al mýthos como fuente de explicación del universo, como un suerte de procedimiento para la aprehensión del tiempo. Así, puede decirse que el mito se ofrece apara él como un constructo –simple sólo en la superficie- que fundamenta y da sentido a su vida; hasta podría señalarse que, en cierto modo, el hombre se aferra al mito para poder aferrarse a la vida. En este sentido, el mito constituye, desde siempre, y por definición, una necesidad antropológica.

La sociedad griega por supuesto, no estuvo exenta de dicha necesidad. Por ello, elaboró una cantidad incalculable de relatos míticos, transmitiendo un legado riquísimo a la generaciones ulteriores. Dentro de este inestimable legado, adquiere una significación particular el mito del héroe.

El significado y la concepción del hombre como héroe no se mantuvieron estáticos a lo largo de la historia de la Antigua Grecia, sino que fueron modificándose, en correspondencia con toda una serie de transformaciones sociales, políticas y económicas. Conforme a esto, puede hablarse de un tipo específico de héroe predominante en cada período histórico: desde el héroe guerrero y casi divino de la epopeya homérica, en los albores de la cultura propiamente griega, al héroe trágico, más ¿humano?, de la época clásica.

Considerando lo expuesto hasta aquí, en el presente trabajo se pretende analizar los puntos de contacto –si es que los hay- y los puntos de divergencia –bastante palmarios- entre la morfología de dos figuras heroicas típicas: Aquiles –como paradigma del héroe épico- y Edipo –como prototipo del héroe trágico. Focalizando en este objeto, se toman dos obras literarias representativas, en las que pueden identificarse más claramente los periplos de ambos personajes: la epopeya fundante de la literatura europea, la Ilíada, de Homero, y el drama Edipo Rey, de Sófocles, conceptuado por Aristóteles como modelo de obra trágica. No dejan de considerarse, por supuesto, otras fuentes que describen otras versiones de los mitos sobre ambos héroes, o que dan un panorama más acabado acerca de ellos.

II. DESARROLLO.

II.1. ¿Qué es un héroe?

“Toda la historia, la historia de la raza blanca, es la vía de las ilusiones perdidas sobre la gloria del héroe y el mito del poder.”

Gottfried Benn, en Sobre el tema de la Historia.

Conforme a lo que plantea Thomas Mann –citado en la Introducción-, el mito se constituye, por lo común, en una suerte de esquema inmemorial. Es posible interpretar este pensamiento en dos sentidos: por un lado se encuentra el hecho de que el mito presenta personajes arquetípicos. Con rasgos comportamentales más o menos fijos, que expresan los distintos tipos o modelos humanos, y que, de alguna manera, son parte del inconsciente colectivo; por otro lado, se tiene que a través del mýthos se manifiesta un modo particular de explicar el fluir de la vida, modo que, en su fundamento, se mantiene invariable con el paso del tiempo y de cuyo surgimiento no se tiene un conocimiento por completo certero. Es decir, el mito nos muestra modelos esquemáticos, que se originaron en algún lugar y en algún momento, para dar razón a la existencia, tanto individual como colectiva.

El mito heroico –aún cuando, de acuerdo a Hugo F. Bauzá, “no existe una explicación omniabarcante que nos aclare la naturaleza y el origen de los héroes”-[1] surge como un ejemplo palmario de lo antedicho. De hecho, el héroe griego presenta una configuración particular: constituye un arquetipo que encarna la pureza de los rasgos claves valorados en la sociedad griega, un modelo de conducta virtuoso o, en todo caso, el protagonista de es fórmula piadosa de la que habla Mann, en tanto y en cuanto modo determinado, establecido, que intenta dar cuenta, en alguna medida, del dilema existencial del hombre, apiadándose de él, tratando de aliviar, aunque sea en parte, su sufrimiento constitutivo.

Al parecer, en Grecia los héroes eran antiguos hombres que, a causa de lo esforzado de su proceder, tras la muerte adquirieron un rango superior al humano, es decir, el heroico y, como resultado, recibían culto. Para Erwin Rohde,[2] los héroes eran los antepasados poderosos, a los que las aldeas, tribus o ciudades tributaban culto; éste, en consecuencia, no se reducía meramente a lo familiar, sino que era de carácter público. Este teórico tiene en cuenta también la existencia de otros héroes no procedentes de antepasados que se habían destacado en acciones singulares de carácter bélico, o bien conditores fundadores de ciudades, sino de naturaleza ficticia, inventados para dar prestigio a una estirpe o una ciudad.

La palabra héroe procede del griego antiguo (ἥρως, hērōs) y su significación etimológica puede determinarse como “protector”.[3] En la Antigua Grecia, como se atisbó arriba, esa palabra describe a los modelos culturales que aparecen en la mitología: los héroes griegos son, con frecuencia, personajes mitológicos, fundadores epónimos de ciudades y territorios. Estos héroes no siempre son modelos de conducta o poseen virtudes propiamente heroicas; muchos de ellos son semidioses o hemítheoi, hijos de mortales y dioses.[4] Homero testimonia la idea de la existencia de estos seres mitad humanos, mitad divinos, cuando dice, en su Ilíada, al referirse al muro que han construido los aqueos para defender sus naves:

“Poseidón y Apolo decidieron corroer el muro con la ingente fuerza de los ríos que corren de los montes ideos al mar: el Reso, el Heptáporo, el Careso, el Rodio, el Gránico, el Esepo, el divino Escamandro y el Simóis, en cuya ribera cayeron al polvo muchos yelmos, escudos de cuero de buey y la generación de los hombres semidioses.”[5]

El héroe clásico suele tener lo que Lord Raglan denominó “biografía cultivada”, compuesta por veintidós motivos que estarían en la historia de cada héroe.[6] Es preciso subrayar que no es posible hallar los veintidós motivos propuestos por Raglan en todos y cada uno de los héroes griegos: ninguno de ellos se ajusta a un esquema rígido, sino que responden a características diversas (aunque, hay que decirlo, con un fondo común).

Por su parte, Bauzá plantea que “el rasgo que los caracteriza [a los héroes] es haber recibido culto público, lo que los diferencia del común de los mortales que recibían uno de carácter privado”[7], en consonancia con lo sugerido por Rohde.

En Grecia, los sacrificios tributados a los héroes eran ofrecidos por la tarde o por el mediodía, las víctimas –de color negro- eran colocadas sobre una ara –o éschara- instalada directamente sobre el suelo, y el pescuezo de éstas se orientaba hacia el suelo. Parece ser que esta posición de las víctimas –pescuezo hacia abajo- obedecía al hecho de que los griegos situaban a los héroes, metamorfoseados en dáimones –una especie de espíritus protectores- en una morada subterránea.

Derramar la sangre de las víctimas sobre el ara o sobre la tumba de los antiguos héroes, según se creía, saciaba la sed de los difuntos, les proporcionaba un efímero hálito de vida –al menos en cuanto al don del habla, pero sin que por ello dejaran de ser meros fantasmas-[8] y, de ese modo, se los predisponía a que, convertidos en dáimones, actuaran como benefactores para los mortales.

Durante el ritual en honor al héroe, se sacrificaba por medio del enagismós, que implicaba la quema total de la víctima sacrificada.

Habitualmente, el culto profesado a los héroes se llevaba a cabo en torno a la tumba del difunto. Del culto a los héroes participaban también otras personas vinculadas a esos difuntos con lazos que no eran precisamente los de sangre y de los que esperaban algún beneficio desde el más allá. Con esos sacrificios rituales se esperaba que el radio de acción ejercido por los héroes desde el más allá traspasara los limites de influencia sobre una determinada familia y se proyectara a una tribu, a una región o incluso a una ciudad.

Por lo demás, y como ya se anotó, en la medida en que se instituye como personaje digno de ser imitado en cuanto a la areté (excelencia) de sus acciones, el héroe se convierte en modelo para la comunidad que lo honra con su culto: se valora en él no sólo el hecho de tener entre sus progenitores uno de naturaleza divina, sino también su condición virtuosa, que se ve reflejada en los diversos esfuerzos que emprende y en los sufrimientos que padece para superar la mitad humana (mortal) de su naturaleza.

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*Pablo Garrido es alumno de 4 Año en el Profesorado en Lengua y literatura para E.G.B. 3 y Polimodal, Instituto de Nivel Terciario, Villa Angela, Chaco.(Trabajo presentado en el 2005)

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